Compartimos un adelanto del libro A ojos cerrados, de Danaé Venegas, fantástica escritora de lo extraño.
¿Por qué no duele cuando te cortan el cabello? Esa pregunta en apariencia inocente había cambiado para siempre el curso de su vida: Porque está muerto, le había dicho su madre. Ese cabello rizado que ella presumía con tanto orgullo no era nada más que muerte: la muerte que pendía de su cabeza y que ella se preocupaba por lavar y peinar todos los días. El cabello era la muestra de lo que vendría; algún día no sería capaz de sentir nada de lo que pasara en su cuerpo. ¿Cómo su madre podía traer la muerte recostada sobre sus hombros y sonreír?, ¿a quién se le había ocurrido adornar parte de un cadáver con moños rosas? Ese día lloró por largas horas en su cuarto, envolvió sus rizos con sus manos y los llevó a su pecho; en silencio les suplicó que la perdonaran por haberlos dejado morir, por no haberlos cuidado lo suficiente. Tomó unas tijeras y lo cortó todo. Guardó los mechones en una caja de zapatos y los enterró en el patio.
Ahora, cada vez que se miraba en el espejo se preguntaba qué tanto de ella estaba en realidad vivo; dedicaba horas a buscar los escondites de la muerte. La encontró a los costados de su cabeza hecha un ovillo; en la punta de sus dedos vestida de color morado; la descubrió tratando de llevarse sus piernas a media noche con la ayuda de un ejército de hormigas invisibles. Las mató a todas a golpes hasta que vio la vida volver a sus extremidades en forma de pequeños puntos rojos. Su vida se convirtió en una lucha interminable con la muerte. Si se descuidaba se la llevaría a pedazos.
Conforme creció, aprendió que la muerte no podía hacer nada sin sus hormigas; siempre que lograra deshacerse de ellas su cuerpo estaría a salvo. Encontró que su mejor aliado era el dolor. Todo lo que dolía tenía que estar vivo. Así, cada vez que las hormigas trataban de sorprenderla, se daba un pellizco o una bofetada. Pero llegó el día en que eso no fue suficiente; el ejército era cada vez más fuerte. Conoció los objetos punzocortantes. Cuando se asomaba el filo de su navaja la muerte corría despavorida y ella podía descansar con el escozor de la herida.
Los años pasaron, el ejército hacía tiempo que se había retirado y ella descansaba sobre su cama. El recuerdo de la muerte asomándose a media noche le parecía lejano. Se confió y en medio de su sueño cientos de hormigas se abrieron camino por su pecho; se despertó; corrió a buscar la navaja; las mató a todas.