El cuarto de triques

Un conjuro ha logrado capturar en papel los versos y ladridos del palabrero chilango Miauricio Jiménez. Ahora los poemas son gritos que intentan escapar de las hojas, largas caminatas por la ciudad que buscan el modo de armar una revolución, llantos nacidos en el alma que dejan rastros en cada movimiento del cuerpo, en cada chasquido de los dedos y en cada centímetro de piel. 

Y no ha sido fácil.

La historia del libro se remonta a la voz de Morocco. Aunque los textos nacen, como suele ser un buen parto literario, en el papel, ha sido la voz y la gesticulación de las palabras lo que ha llevado a cada uno de ellos a consolidarse, a existir. Como editor sufrí el síndrome conocido de “ya no dejes que los revise otra vez el autor o les va a cambiar algo”. Está científicamente comprobado que si el libro pasa una vez más por las manos del autor antes de la impresión, se corre el peligro de que cambie el orden, las palabras, más correcciones o un posible cambio de título.

No cabe duda de que los textos de El cuarto de triques se han forjado en la alquimia de la voz y el sonido de los pasos, los kilómetros recorridos, las paradas al colectivo, el metro, el ruido de la ciudad, el roce codo a codo con más caminantes, el slam poético con otros palabreros, de la urbanidad capturada en letras amnésicas, matando bichos, con resaca, entre cadáveres de magia, ya sea a la hora del tedio o en el camión de la mudanza, el día de tu boda y que falten imecas, con vocación de un cristo en la entrada al infierno de la colonia Escandón. Flores, cólera, hombres y niños, dolor, planetas, cometas, insectos, camas, gemidos y recuerdos que guarda el cuarto de triques.

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